"EN FAMILIA" - RUBÉN PANOTTO (Orientador Familiar)



Rubén Panotto

Orientador Familiar




Formación:


  • UCA Universidad Católica Argentina



  • Universidad Nacional del Litoral

Fundador y Presidente

Asociación Civil Creser para la Educacion Familiar


Organiza cursos, talleres y conferencias sobre la familia. Funciona una escuela para padres con abordajes en matrimonio, crisis conyugales, sexualidad, agravios y violencia familiar, roles y funciones, crianza de los hijos, adolescencia.

Santa Fe

ARGENTINA

rubendpanotto@gmail.com

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Fuente: Diario EL LITORAL - Santa Fe - Argentina

¡NO PIERDAS LA PACIENCIA!

Rubén Panotto (*)
rubendpanotto@gmail.com


El escritor Christopher Shaw, en su libro “Alza tus ojos”, describe que “vivimos tiempos donde esperar es cada vez más desagradable. En otras épocas la espera se medía en días y meses. Sin embargo, hoy consideramos demora el tiempo que nuestra computadora tarda en abrir un programa, o el microondas en calentar un café, o el semáforo en cambiar de rojo a verde”. La impaciencia se ha instalado con tremenda prepotencia en nuestra sociedad, y aun cuando la espera sea ínfima, nuestra inquietud desbordada no controla los sentimientos de ansiedad. Es común confundir a una persona paciente con alguien de una pasividad inoperante, prejuzgándolo de ser un sujeto de carácter débil y pusilánime. Por el contrario, la paciencia es la fortaleza de espíritu para recibir con serenidad el dolor y las pruebas que la vida nos imponen sin nosotros poder hacer nada para evitarlo. Disfrutar cada instante es sólo posible practicando la paciencia, capacidad que nos permite analizar el origen de nuestros problemas y buscar la mejor manera para solucionarlos.
En los demás y en nosotros
La paciencia no es precisamente una virtud de los jóvenes-adolescentes, pero sí debiera ser uno de los rasgos de una personalidad madura. Si bien pretendemos exigir paciencia a los demás, debemos comenzar por aplicarla en nosotros mismos. El primer taller de paciencia es la casa, la convivencia, la familia. Para ejercerla son necesarios otros elementos imprescindibles como la humildad y el amor. En la mayoría de las noticias de violencia intrafamiliar y de género, detectamos claramente que esos elementos no existen, y en su lugar surgen como malezas del espíritu la altivez y el desprecio. Cada día, a todos se nos presentan situaciones que nos ponen de mal humor: el teléfono que no funciona, se cayó el sistema, el excesivo tráfico, un piquete, el olvido de una cita, o tener una visita en el momento menos oportuno. Reconocemos que éstas son contrariedades no trascendentes, pero igualmente nos roban la paz. Es precisamente en estos sucesos menores donde debemos aplicar y ejercitar la paciencia. La pregunta es: cómo obtenerla o dónde conseguirla.
La paciencia no se aprende sino con la práctica. La recientemente desaparecida Margaret Thatcher conocida como “La mujer de hierro”, dijo una vez: “Soy extraordinariamente paciente, con tal de que al final me salga con la mía”. Cuando todo sale conforme a lo que deseamos y esperamos, es fácil mostrarse paciente. La verdadera prueba de paciencia viene cuando nuestros derechos son violados o negados, cuando nuestros planes y proyectos son coartados por situaciones no buscadas, o inaceptables como la enfermedad, la pérdida, la crisis económica, las catástrofes naturales, etc., que afectaron la vida desde sus comienzos. Algunas personas creen que tienen el derecho de enojarse ante las pruebas y todo aquello que les irrita, y aparece la impaciencia como una ira santa.
La Biblia menciona que es un fruto del Espíritu de Dios, diciendo: “Nosotros también,... despojándonos de todo peso y del pecado que nos asedia, corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante”. La recomendación final del salmista presenta a la paciencia como un camino para conocer a Dios: “... estén quietos (pacientes), y conozcan que yo soy Dios...”.
(*) Orientador Familiar


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(Fuente Diario El Litoral -Santa Fe - Argentina)


Rubén Panotto (*)
rubendpanotto@gmail.com


OPERACIÓN ANTICRISTO

Hace pocos días, el Papa Francisco arremetió contra los corruptos, declarando que son “el Anticristo”, “un peligro, porque son adoradores de sí mismos, sólo piensan en ellos y consideran que no necesitan de Dios”.
Si bien la profecía bíblica describe a una persona como la encarnación del Anticristo, también menciona una serie de características de aquellos que adoptarán su perfil, aunque no lo relacionen con un poder superior, subyugante y dominante. Ricardo Gondim, escritor residente en San Pablo (Brasil), declara que el peor de los males que acosa y destruye a personas, familias, empresas y naciones, es la maledicencia, la calumnia, el chisme. Alguna dosis de verdad deberíamos atribuirle al citado autor, cuando vemos que en canales de TV, revistas y literatura de actualidad predominan y abundan productos, propuestas, mensajes donde la difamación, la sospecha y la calumnia tienen cabida. El que calumnia y maldice no queda satisfecho con sólo arruinar una reputación sino hasta aniquilar la historia misma de la persona en cuestión. El calumniador hurga en la intimidad ajena para destruir lo que él no tiene. Se alimenta de noticias estancadas, como una hiena en busca de carroña. La calumnia se nutre de situaciones que deberían permanecer en el mar del olvido. El calumniador/a no inventa, más bien agranda, apelando a su especialidad de imaginar, usando la insinuación y la sospecha: “por algo será...”. A esta altura del relato, cada cual habrá aumentado su lista de nombres a quienes les asignan este perfil. Nuestros referentes, como ciudadanos, siempre han estado entre los líderes sociales, del arte, la religión, los gobernantes, etc. No obstante, hoy la difamación y la mentira han invadido la vida y costumbres de quienes debieran ser imitados, principalmente por las nuevas generaciones. El calumniador/a es escurridizo/a, utiliza el discurso florido, grandilocuente, “épico” para solaparse de sus actos fallidos. “Divide y reinarás” es la consecuencia de los chismes desparramados, que cubren el alma mezquina del detractor. Como indica José Ingenieros, el que calumnia “busca empañar la reputación del otro para disminuir el contraste con la propia”. El calumniador/a necesita cómplices y sólo opera en grupo, con individuos de corazones diminutos, donde desparrama el virus de la noticia imprecisa y la promesa que nunca se cumple. Luego se limita a controlar que su maquinación corra sospechosa por boca de los simplones y aplaudidores insensatos. El calumniador espera la caída de quien en el fondo admira. Después de la desgracia del otro, cree que no existe nadie más por encima de él/ella.
Algunas conclusiones
La “lengua” es un fuego, muchas veces inflamado por el mismo infierno. Para acabar con alguien no hace falta más que una simple insinuación y un gesto de vacilación. La intención del maldiciente es escuchar el secreto y dejar en el aire el interrogante: “¿será, te parece que fue así?”.
El libro de los Proverbios es terminante cuando detalla las conductas que despiertan la ira de Dios: “Los ojos soberbios, la lengua mentirosa, las manos que derraman sangre inocente, el corazón que trama planes perversos, los pies que corren con rapidez hacia el mal, el testigo falso que dice mentiras y el que siembra discordias entre sus hermanos”.
En tiempos difíciles para la vida de los argentinos, sus familias y descendencias, la demanda trascendente es: rechazar la mentira, proponerse vivir en la verdad, exigirnos a nosotros y a nuestros líderes conductas decentes y bienhechoras, y oponernos a todo canto de sirena que nos cautive para robar nuestros sueños, nuestra familia y sus valores universales. Si todos aportamos con nuestra honestidad, tendremos victoria sobre la Operación Anticristo.
(*) Orientador Familiar


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LA CORRUPCIÓN QUE SUPIMOS CONSEGUIR

Rubén Panotto (*)

rubendpanotto@gmail.com

La corrupción es un fenómeno que se expresa en la conducta de las personas, a partir de una degradación o adulteración de los valores de la honestidad, la verdad y los derechos humanos, en cuanto a que pretende la apropiación de bienes materiales, poder e influencia personal en contra y perjuicio de los demás. Esta práctica abusiva también se materializa con el tráfico de influencias, para obtener favores ilícitos que vulneran los derechos humanos, cuando se llega a sustituir el interés público por el interés privado de quienes se corrompen. Seguramente, el lector conozca que nuestro país tiene una larga cronología de hechos de corrupción, al punto de tener registrado en nuestra historia un período que se conoció como la Década Infame, entre los años 1930-1943. En el ciclo mencionado, los actos de corrupción generalizados involucraron tanto a particulares como a funcionarios del gobierno, como por ejemplo en los negociados con los frigoríficos ingleses. En algunos casos como con la deuda externa, hubo empresas extranjeras que aprovecharon las dictaduras militares para incrementar la corruptela con la tolerancia de gobiernos y empresas de países desarrollados.
Para ser atractiva y generosa, la corrupción necesita de la impunidad de las redes y cadenas que se forman en las sombras más oscuras del corazón humano. Es como el viento que sopla, se percibe pero no se ve. Los organismos que analizan este flagelo en el mundo nos informan que en una calificación de “percepción” de corrupción que va de 0 a 10, la Argentina estaba en 5,2 puntos en el año 1995 sobre 180 países estudiados.
Dónde está el origen
No hay corrupción grande o pequeña, hay corrupción. Sugiero salir de la idea de medir su grado según las cantidades y volúmenes del ilícito, y entrar en las razones que la producen. La Biblia dice que “el principio de todos los males es el amor al dinero”. El corazón del ser humano se inclina fácilmente por las posesiones materiales y pone en ellas su confianza: “¡Si me sacara la grande se me terminan todos los problemas!”. Podemos decir que todos conocemos este refrán popular, y también a personas que han logrado levantar un capital que cubre mucho más que sus propias necesidades; pero el afán y la codicia de tener más y más las ha llevado a situaciones corruptas y mezquinas con tal de poseer lo que no les pertenece. La corrupción comienza en el corazón, en el centro de nuestra voluntad y donde se desatan las pasiones que destruyen el orden moral y social. Las cualidades como el bien común, la justicia, la equidad, el amor, etc. se enseñan y aprenden en la casa, en el núcleo familiar, en la buena lectura, las buenas compañías.
En estos días, escuché a dos políticos que declaraban que si los argentinos nos propondríamos vivir bajo las reglas morales de los Diez Mandamientos, nuestro país sería transformado con todo su potencial. Esto tiene coincidencia con lo que dice el libro de los libros, la Biblia: “La ley y los mandamientos en uno se resumen: no codiciéis”. La corrupción es como una mancha de petróleo en el mar; se va extendiendo hasta que lo contamina todo. Siempre se ha dicho que en el pago de una coima participan dos: el que la otorga y el que la recibe. Ambos están involucrados en el mismo concepto de corrupción.
Cómo combatirla
Un proverbio declara “cazemos las pequeñas zorras, las pequeñas zorras que arruinan el viñedo”. Pensar en medidas grandilocuentes es lo que muchos idealistas han propuesto a lo largo de la historia, sin llegar al propósito deseado. Empezar cazando las zorras pequeñas, todos lo podemos hacer desde nuestro lugar, nuestra familia, nuestro ámbito social. No deberíamos concedernos ninguna licencia en cuanto a querer obtener bienes materiales a cualquier costo. Es tan corrupto quien trafica millones de dólares, como el que vende un comestible vencido, o el testigo falso que por unos pesos declara en contra del pobre e inocente. Resistámonos con fuerza a la idea de zafar de alguna infracción, pagando un “peaje” al inspector. Denunciemos los actos corruptos, aunque esto signifique molestias y reproches de quienes son descubiertos, y exijamos conductas honestas de nuestros funcionarios y servidores públicos. Haciéndolo así, estaremos sembrando el bien y la justicia por decisión personal, sin esperar que grandes hombres produzcan grandes gestas que no provoquen los cambios del ser interior, que rigen nuestros actos individuales.
El Salmo I del libro de David declara: “Dichoso el hombre que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado; sino que en la ley del Señor está su delicia, y en su ley medita de día y de noche. Será como el árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae...”.
(*) Orientador Familiar





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LA DEVALUACIÓN GENERALIZADA




Fuente: Diario EL LITORAL - Santa Fe - Argentina


Rubén Panotto (*)

rubendpanotto@gmail.com

Cuando hablamos de devaluación, comúnmente nos referimos a la pérdida del valor de la moneda, sobre todo cuando sus efectos alcanzan visiblemente a nuestra economía familiar y estándar de vida. Al pasar los años, han sido tantas las veces que hemos sufrido devaluaciones, que nos hemos ejercitado para volver a empezar, aun ante la incertidumbre y el tembladeral que producen tales destructivas decisiones. Así, nos vamos acomodando en la lucha, con la esperanza de que sea la última, y la sensación de haber superado una vez más sus siniestras consecuencias.
Devaluar es una operación financiera o cualitativa, que consiste en disminuir el valor del signo monetario de un país o de otro elemento con un valor acordado, para depreciarlo.
La devaluación monetaria ha sido siempre el talón de Aquiles de las políticas económicas de las naciones y, en muchos casos, un flagelo que terminó perjudicando a muchas de ellas.
De lo que no se habla, no obstante su nefasta vigencia, es de la devaluación de los valores éticos y morales. Se denuncia la corrupción, el enriquecimiento ilícito y el prevaricato, sin embargo no se escuchan las severas voces de referentes sociales, políticos, religiosos, etc., denunciando la infamia y la injuria que nos involucran a todos. ¿Por qué este silencio, cuando todos conocemos la historia universal de diferentes culturas y edades, de pueblos y naciones que han dejado evidencias de crecimientos humanos estupendos, viviendo al amparo de valores éticos y morales en verdad y justicia? Pareciera que la posmodernidad y la propuesta de una cultura progre y hedonista han diluido la resistencia de brechas generacionales, que han sido avasalladas por el irrespeto y la descalificación.
Ejemplos tenemos
La semana pasada, el Congreso de la Nación trató temas álgidos que exigían un estado de certeza y convicción cívica superior, en lo personal y grupal. Millones de niños, niñas y adolescentes vieron y escucharon a algunos diputados de la Nación agraviarse de manera vulgar y repudiable. Una conocida diputada declaró que “... en el contexto de las discusiones, ser bueno y educado no sirve para nada”, para agregar en otro momento que en su ámbito “el fin justifica los medios”. ¡Cuánto delirio, cuánta vergüenza provoca esto!
Desde esta columna clamamos a nuestros conciudadanos que no naturalicemos la violencia verbal, que rechacemos la vulgaridad y restablezcamos las consignas devaluadas de la dignidad y el honor personal. No está de más recordar frases del Cambalache, de Discépolo: “Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador. Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor...”.
Cuando consensuamos que la salida primordial está en dar educación de calidad a las nuevas generaciones, surgen graves impedimentos que echan por tierra el deseo y el ideal de millones de padres y docentes: la falta de presupuesto, las huelgas, más feriados sacados de la galera, menos capacitación docente, padres estresados, adultos borrados y, como consecuencia de todo, niños y jóvenes sin incentivo ni entusiasmo para crecer en el ser.
Acciones posibles y recomendables
Muchas personas que desean contribuir al mejoramiento de las relaciones sociales y convivencia pacífica se preguntan ¿qué puedo hacer? Es lamentable admitir que salir de la “devaluación generalizada” no es fácil ni inmediato, pero es posible. Desde las redes sociales y algunos organismos del Estado se están organizando campañas a las cuales podemos adherir y ofrecer nuestro granito de arena, como por ejemplo: intermediar en las campañas de vacunación; ayudar en sectores de la ciudad donde existen niños y personas sin documento personal; apoyar jornadas de capacitación para padres y adultos; colaborar en el Programa Vuelvo a Estudiar para adolescentes y jóvenes, que por razones diversas abandonaron sus estudios secundarios, etc., etc.
El contexto social y familiar no es el mejor, y parece que muchos se ocupan de empeorarlo. No obstante, si atendemos al consejo bíblico, habrá buenos y seguros resultados: “Ama a tu prójimo como a vos mismo”, “Honra a tus padres para que te vaya bien y se alarguen tus días sobre la tierra”
(*) Orientador Familiar












Juntos pero unidos
Rubén Panotto (*)
rubendpanotto@gmail.com

Una de las manifestaciones más notorias del presente siglo es la limitación del vocabulario empleado de nuestro tan rico y frondoso idioma castellano. Me refiero al “desuso” creciente de nuestro lenguaje y la posibilidad de expresar los matices más sutiles de un mismo relato, en comparación con otros idiomas y lenguas más duras y menos expresivas. Algunas palabras fuera de servicio y otras, con mutaciones salvajes en su significado, reflejan un diagnóstico de nuestra realidad. Un ejemplo simple es, precisamente, aplicar las palabras de nuestro título como sinónimos, es decir, con idéntico significado.
Estar juntos significa: actuar o existir juntamente con otro/a a la vez y al mismo tiempo, cerca de, en compañía de, sin la condición obligada de tener un mismo fin o propósito. Mientras que unidos implica: unanimidad, asociación de personas con un mismo fin, aun con un mismo proyecto, para lo cual se incluye algo más que la experiencia de estar juntos, ya que en la unión o unidad intervienen actitudes de confianza, coincidencia de conceptos, respeto y aceptación de diferencias personales, en pro de un objetivo superior o destino más excelente.
Vínculos y lazos afectivos
Con el simple hecho de estar juntos no alcanza. El conocido animador de televisión Roberto Galán repetía como una muletilla “hay que abrazarse más...”, como idea de juntarse, de “amucharse”. Pero más recientemente, el presidente de Uruguay José “Pepe” Mujica, dejaba nuestro país recalcando que los argentinos tenemos que amarnos más si queremos superar las crisis que padecemos en todos los órdenes de la vida. Clara diferencia entre estar juntos, amuchados, compartiendo espacios comunes y cumpliendo con nuestros deberes y costumbres, y estar unidos por vínculos y lazos afectivos, comunitarios, para una vida más llevadera, equitativa y deseable.
El incremento de rupturas matrimoniales y familiares tiene que ver con la dicotomía de vivir juntos o vivir unidos. Ante la pregunta “¿te casaste?”, la respuesta es “no, vivimos juntos”; mientras que por otra parte el matrimonio y la familia están abandonando uno de sus rasgos más importantes, que es el de establecer una unión y una comunión de personas. A ese rasgo fundamental, cada familia lo desarrolla de modo propio y responsable. Cuando una familia no incorpora su cualidad de comunidad, surgen las discrepancias, los agravios, los rechazos, terminando en un destino de frustración y fracaso.
Ciertamente las cosas no resultan siempre como se planearon, pero inclusive con errores y dolores siempre es preferible la continuidad de la familia, llamada a ser el ámbito propicio para crecer en la comunión interna, como así también en niveles superiores de convivencia como es la sociedad en lo humano y la familia de la fe en lo espiritual, que es la familia de Dios.
El precio de la comunión
A las familias que se disgregan y forman un nuevo grupo familiar se las llama familias ensambladas. Un informe estadístico muestra que un cincuenta por ciento de tales familias vuelven a disgregarse, superando el porcentaje de las que continúan en su estado original. Es que el mismo término de ensamble significa: juntar, unir y ajustar piezas diferentes. La tremenda diferencia está en que hablamos del ensamble de individuos con identidad propia. ¿No le parece que tratándose de personas, los elementos de ajuste pasan por el intelecto, los derechos, obligaciones y los sentimientos?
El elemento insustituible en la comunión de la familia es el amor, por consiguiente, el precio es poner en práctica el respeto por el otro/a, renunciar a los agravios, conceder y comprender antes que exigir ser comprendido. Es la entrega sacrificial por el ser amado; es la discusión del acuerdo en privado y nunca en presencia de los niños; es negociar el sí y el no manteniéndose firmes en los acuerdos, y sobre todo cuidar la confianza mutua como una piedra preciosa para el hogar.
Cuando Dios piensa en el ser humano lo piensa feliz, pleno. Rápidamente respondemos ¡pero eso es imposible! Sin embargo, hemos sido creados como seres comunitarios; y por lo tanto cuanto más nos alejemos de esa consigna, más distantes estaremos para disfrutar de la armonía familiar, como señal de plenitud para todo ser humano. Cuando sustituimos el “darse” por el “dominar” -esto es: cuando en el matrimonio y la familia cambiamos la buena práctica de “entregarse” mutuamente (donarse) por el “dominarse” (actitud autoritaria) unos a otros- en lugar de buenos frutos provocamos consecuencias dolorosas e irreparables.
Propóngase no permitir que el egoísmo y el desprecio invadan sus relaciones de amor. El miedo y la desesperanza invaden las relaciones donde el amor ha sido fracturado por el individualismo altivo y feroz. Nadie puede ser sin el otro. Todo indica a nuestro alrededor que la consigna es disgregar, dividir, para dominar. Resistamos desde nuestro reducto familiar con decisiones de esperanza y fe, y como dice el libro de los libros, la Biblia: “... para que cobren ánimo, permanezcan unidos por amor, y tengan toda la riqueza que proviene de la convicción y del entendimiento. Así conocerán el misterio de Dios, es decir a Jesucristo”.
(*) Orientador Familiar














LA IRA DE LOS QUE MANDAN

En las relaciones interpersonales y sociales de nuestro país se ha instalado una reacción enfermiza llamada ira. Algunos la utilizan como herramienta para controlar y dominar a los demás.
La ira se interpreta como una emoción violenta de rabia, enfado, enojo, y surge a partir de un estado de resentimiento, furia e irritabilidad. Si bien la ira es una respuesta natural ante un ataque o amenaza de daño, como si fuese un instinto de supervivencia, vemos que este sentimiento transforma a las personas en seres irracionales, violentos e intolerantes.
La ira incontrolable de los que mandan está afectando tanto a personas como empresas, instituciones y grupos sociales, como lo es la familia y la escuela. Siempre hemos relacionado al iracundo con la etapa de la adolescencia, o de quienes han padecido el maltrato y la indiferencia de sus adultos mayores; pero nunca pensamos que en este siglo XXI deberíamos lidiar con energúmenos que, en lugar de ser referentes para nuestros niños y jóvenes, utilizan la furia animal, biológica, para lograr el dominio y la manipulación. ¡Qué nos está pasando a los argentinos! Nadie soporta la mínima contrariedad con los demás. El insulto y la descalificación están en la punta de la lengua. Los niños y los ancianos se han transformado en seres molestos y descartables, y como si esto fuera poco, aceptamos leyes, modificamos códigos, para amoldarnos al progreso del irrespeto y los disvalores. Hasta pareciera que una forma de disimular estas patologías es nombrarlas en otro idioma. Y así tenemos: el mobbing laboral, el bullying, el to burn up, el tan mencionado stress, etc. Lo concreto es que ya nadie dispone margen para la convivencia pacífica y socializante, expandiéndose como una ola la crispación y la “mala onda”.
Qué la provoca
Toda vez que observamos cambios negativos en las conductas de las personas, en esta columna somos recurrentes en detener nuestra mirada en la familia. ¿No es injusto cargar sobre el hogar todo desorden humano personal y social? y ¿acaso no es importante el funcionamiento de las relaciones en casa, lo que luego se traduce en nuestros comportamientos sociales? Hay corrientes filosóficas actuales que aceptan todo cambio como bueno por el cambio mismo, como expresión de los derechos humanos y la libre determinación de los pueblos. No obstante y como contribución para agregar valor a las nuevas generaciones, podemos advertir algunas maneras que producen ira y resentimiento en el devenir de la crianza y educación de niños y púberes: a) La falta de armonía matrimonial; b) Padres y adultos que disciplinan bajo estados de ira y enojo; c) Incoherencia en la educación y disciplina, por parte de padres que no acuerdan normas claras y se muestran indecisos en cuanto a la pertinencia de la disciplina; d) La hipocresía de los adultos, padres y dirigentes, en el modelo “haz lo que digo pero no lo que hago”; e) No reconocer los propios errores y disculparse; así el niño percibe el orgullo y altivez de sus padres; f) Señalar faltas solamente, sin reconocer y felicitar los aciertos; g) No escuchar siempre el punto de vista de los niños, adaptando la respuesta acorde a su edad y capacidad; h) No cumplir las promesas y compromisos asumidos por los mayores, aunque se hayan hecho con la intención de cumplirlas, derrumba la confianza de los menores; i) Señalar la falta y corregir en público es una grosera actitud de provocación. Una máxima de las relaciones públicas indica: “Corrige en privado y elogia en público”.
Si bien la libertad es un derecho indiscutible de las personas, la misma debe ser practicada con responsabilidad, pues nuestro concepto egoísta de libertad nos lleva a avanzar sobre los demás, y el arrebato y la emoción violenta surgen espontáneamente para arruinar la convivencia.
Reducir los agravios
El mandato universal de la convivencia pacífica es: “No hagas a los demás lo que no te agrada que hagan contigo”. Usted puede hacer una lista de sus fallas y debilidades y cada día tratar con una de ellas. Por ejemplo: si le violenta que estacionen en doble fila; o que alguien vaya conduciendo y hablando por celular; que alguien crea que su tiempo vale más que el suyo y se adelante en la cola; cuando circula como peatón y un coche no se detiene cuando usted cruza en la esquina; cuando se sobrepasa en la ruta y el tiempo no da para hacerlo sin riesgo para el que viene de frente, etc. “El iracundo comete locuras, pero el prudente sabe aguantar”, dice Proverbios 14:17. El arrebato acarrea pena. Proverbio 19:19 indica: “El iracundo tendrá que afrontar el castigo; el que intente disuadirlo aumentará su enojo”.
En las relaciones familiares y amigables, todo acto de ira o enojo debe repararse inmediatamente, para evitar que se arraigue el indeseable resentimiento que destruye vidas y relaciones. Jesucristo dijo que cualquiera que se enoja con su hermano queda expuesto al juicio de Dios, y recomienda la reconciliación como sanidad de la ofensa.
La ira y la violencia han ganado las calles de nuestra querida ciudad. Es hora de ponernos de acuerdo, frenar los agravios y en cuanto dependa de nosotros estar en paz con todos.









Insensatez y pensamiento mágico
Rubén Panotto (*)
rubendpanotto@gmail.com

Si incursionamos en las formas de pensar de individuos, familias y grupos sociales de este intrigante nuevo siglo, descubriremos sin ningún esfuerzo el predominio de la insensatez y la falta de sentido común, presumiendo gozar de una vida más llevadera sin tanto esfuerzo ni compromiso.
Algunas expresiones como “el dinero no me alcanza, pero intentaré zafar con el juego”; “renuncié a mi trabajo porque me quedaba lejos, ahora buscaré algo cerca”; “tengo cinco hijos y mi matrimonio no funciona; me separo y comenzaré todo de cero”; “somos mayoría por lo tanto la verdad está de nuestro lado”, “muchos poderosos se quedan con lo que no les pertenece, entonces yo haré lo mismo”, e infinidad de otras situaciones, ejemplifican decisiones que la gente suele tomar.
La insensatez es falta de buen juicio y reflexión antes de tomar una decisión. Es un combo de necedad, estupidez y locura, que no sólo perjudica a la persona necia sino que, lamentablemente, arruina la vida y futuro de niños/as, de la juventud y la familia.
Palabra de sabiduría
El libro del Génesis dice que “Dios creó al hombre a su imagen y semejanza”, de manera que se diferencia de las otras formas de vida por su capacidad de pensar, de entender y razonar, de tener inteligencia para resolver adecuadamente los problemas. A su vez, el antiguo libro del Eclesiastés refiere al contraste entre la insensatez y la sabiduría: “Mejor es el buen nombre que el perfume fino. Mejor es oír la reprensión del sabio que escuchar la canción de los necios”, “Ciertamente la opresión entontece al sabio, y el soborno corrompe el corazón”, “No te apresures a enojarte, porque el enojo reposa en el seno de los necios”, “En el día del bien goza del bien, y en el día del mal considera, porque Dios hizo tanto lo uno como lo otro, de modo que el hombre no puede descubrir nada de lo que sucederá después de él”, “Todo esto he observado, y he dedicado mi corazón a todo lo que se hace debajo del sol. Hay tiempo en que el ser humano se enseñorea de otro ser humano para su propio mal”.
Deliberadamente azaroso
La insensatez, en busca de soluciones fáciles y prometedoras, deriva en crear pensamientos mágicos e irracionales, que en el caso de referentes políticos, sociales y religiosos, ponen en riesgo la fe y la confianza de hombres y mujeres, que buscan desarrollarse y crecer como personas y como sociedad. Hace días, trascendieron dichos del postulante a la presidencia de Venezuela, Nicolás Maduro, sobre una singular experiencia con un “pajarito”, que según su presunción, atribuyó a la presencia espiritual del difunto presidente Chávez. Podemos captar, razonadamente, el peligro que representan declaraciones de tal naturaleza y en situaciones abrumadoras, como estar a las puertas de elecciones generales, apelando al pensamiento mágico para, quizás, conseguir alguna ventaja sobre la voluntad y decisión de miles de personas.
El pensamiento como tal es el resultado de la actividad de nuestra mente, de nuestro intelecto y raciocinio. Lo mágico remite a lo oculto y es contrario a las leyes naturales que nos rigen; es una forma de pensar basada en la imaginación, tradiciones y emociones. Es lamentable que en la educación que se decide para nuestros hijos, se haya perdido el rigor científico y analítico, para abandonar a los educandos al libertinaje del pensamiento y al relativismo de la verdad y los valores universales. La utilización de amuletos, talismanes -y su crecimiento, sobre todo en las clases intelectuales y científicas-, obedece a ese pensamiento mágico descripto. La cinta roja en los paragolpes de los coches, muchos de alta gama; el uso repetido de una determinada prenda, “la que tiene un poder, una energía especial”; evitar pasar por debajo de una escalera y el cruce con un gato negro son algunos de los popularmente conocidos. Tales pensamientos están íntimamente relacionados con la superstición y la suerte. Para disipar la aplicación cotidiana de esta manera de pensar, los padres, docentes, profesionales, dirigentes sociales y políticos, deberíamos reconsiderar, con seriedad y responsabilidad, la peligrosa existencia de este signo de ignorancia tan en boga y actuar en consecuencia. Es común tomar a risa y con ironía estos temas, pero sepamos que al hacerlo estamos renunciando al pensamiento racional, responsable, para darle entrada a formas ilógicas que nos están llevando al caos de las ideologías y la fe.
En países como EE.UU. aparecieron redes sociales que proponen a los padres apagar los televisores a determinada hora, para leer un libro y comentarlo en familia. Los resultados son asombrosos, ya que ha desarrollado positivamente la manera de pensar de la familia, incorporando con mayor fuerza la práctica de la tolerancia, la verdad y el amor.
Como corolario y luego del planteo precedente, la pregunta no es ¿qué mundo les dejamos a nuestros hijos?, sino mejor ¿qué hijos le dejamos a este mundo?
(*) Orientador familiar










La paz verdadera es posible

Rubén Panotto (*)
rubendpanotto@gmail.com

Una alegoría medianamente conocida relata que un rey ofreció un importante premio para aquel artista que pudiera expresar la paz perfecta en una pintura. Muchos pusieron su pincel sobre la tela e intentaron apropiarse del gran premio. El rey observó y admiró todas las pinturas presentadas, pero hubo sólo dos que atraparon su atención, y tuvo que decidir, entre ambas, al ganador. Una mostraba un lago muy tranquilo, que se veía como un perfecto espejo donde se reflejaban los árboles multiformes, con las montañas que lo rodeaban. Un hermoso cielo azul completaba la expresión más cercana a una verdadera paz. La segunda pintura también incluía montañas, pero éstas eran escabrosas y sin vegetación. Sobre ellas había un cielo furioso y amenazante, del cual caía un impetuoso aguacero con relámpagos y rayos. Montaña abajo aparecía un espumoso torrente de agua que no revelaba para nada una situación de paz. Cuando el rey se acercó para observar con mayor precisión, descubrió detrás de la cascada un delicado arbusto creciendo en una grieta de la montaña. En el arbusto, un nido mostraba a un pequeño pajarito reposando confiadamente, en compañía de sus dos delicados pichones. Cuando el rey eligió esta última pintura expresó que “la verdadera paz no significa la ausencia de ruidos, de problemas ni de riesgos, sino la seguridad y sosiego que brota del ser interior más allá del caos que lo rodee”.
Siempre hemos relacionado a la paz con un bien que se obtiene fuera de nosotros, que se compra con dinero, o simplemente con la práctica de alguna disciplina mental o espiritual, que nos convencemos de haberla logrado, pero sin resultados sustentables.
Esfuerzo, renunciamiento, compromiso
Es importante reconocer que hay diferentes tipos de paz y un camino para hallarla.
* Para comprender qué es la paz verdadera, debemos reconocer lo que no es. La confrontación, la violencia, los agravios, el genio ansioso y desapacible, la injusticia; las tremendas diferencias sociales de clase, de raza y el dominio sobre las personas alejan toda posibilidad de conseguir la paz.
Para arribar a la ansiada paz social no hay otro camino que no sea a través del esfuerzo y el renunciamiento a las apetencias egocéntricas, y de establecer un compromiso de convivencia respetuosa y prolífica en el matrimonio, la familia y el círculo de nuestras relaciones humanas más cercanas.
Los tratados de paz firmados y que siguen acordando entre naciones nunca se cumplen, y aun peor: se utiliza su incumplimiento como excusa para gestar nuevas guerras y confrontaciones que destruyen cientos de miles de vidas y pueblos. La paz entre hermanos y conciudadanos es condición fundamental para establecer la libertad y justicia de las naciones. El Martín Fierro en una de sus máximas conocidas propone: “... los hermanos sean unidos, porque esa es la ley primera, tengan unión verdadera, en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos se pelean, los devoran los de afuera”.
* Cómo llegar a la paz verdadera: es posible para todos, porque es en el interior de la persona donde se genera y cultiva; es en el alma, en el “corazón”. Para lograrla se necesita buena dosis de disposición y esfuerzo para la necesaria toma de decisiones. La más importante sin duda será reconocer que en nuestra conciencia conviven las semillas de lo bueno y lo malo, de la ofensa y el perdón, de la violencia y la compasión; es reconocer nuestra incapacidad de dominar nuestras pasiones y practicar los valores éticos y morales que nos ponen en camino a la plenitud de la paz.
Siendo valientes en aceptar estas realidades personales arribaremos al interrogante ¿qué debo hacer?, y la respuesta comienza con la necesidad de reconciliarnos con nosotros mismos, con nuestros familiares, con nuestro prójimo y nuestro Dios. Cuanto antes hay que iniciar este desafiante recorrido, que nos conducirá a su valioso objetivo.
Donde hubo peleas, enojos y agresiones, quedan las secuelas del resentimiento y la amargura, que pueden ser sanadas por la reconciliación.
Cuántos niños y adolescentes hoy están padeciendo desajustes y traumas por las relaciones compulsivas de sus padres y adultos mayores, sumando el pernicioso trato de nuestros gobernantes y dirigentes sociales que no colaboran absolutamente al establecimiento del respeto en el ámbito de la paz. Cuánta hipocresía domina las ambiciones de los buscadores de poder, al precio de la desventura y sufrimiento de las personas. No permitamos que nos roben la libertad, pero tampoco permitamos que destruyan nuestro derecho a vivir la paz y armonía en nosotros mismos y con los demás.
Cuando Jesús recorría los caminos polvorientos de Palestina, en plena dominación del Imperio Romano, se ofreció como prenda de paz al decir: “La paz les dejo, mi paz les doy. No se la doy a ustedes como el mundo la da. No se angustien ni se acobarden”.
(*) Orientador Familiar



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